viernes, 5 de marzo de 2010

sábado, 14 de noviembre de 2009

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Cuéntame una historia, que me gusta cuando no sé cómo van a terminar tus frases.

Cuéntame alguna de un buen recuerdo, que me gusta que te ilumines al sonreir.

Cuéntame esa misma historia las veces que quieras, porque nunca va a ser igual. Disfruto de tu aire y de cómo tus ojos persiguen las ideas que se te cruzan por la cabeza.

Cuéntame la misma historia dos veces seguidas que me gusta cuando le das vida a aquel pasado que te hizo sentir tan plena, y revives esas viejas emociones, y las emanas, y me contagias.

Repíteme la misma historia hasta que ya no tenga sentido. Hasta que se vuelva sólo eso, palabras, una tras otra, ajenas incluso a su función básica de informar.

Dudemos.

Cuestionémonos si esos recuerdos que de tanta emoción te llenaban, siguen haciéndolo. Existirán en algún lado? Tendrán vida aparte de la que les brindas al mentarlos?

Vuélveme a contar la historia. Y que tus ojos se iluminen, no de revivir instantes gratos, sino de saber que sin esa historia, tal vez, no serías la misma.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Ayer dibujé un espiral en mi pared.

Esta mañana se había convertido en caracol.

Yo había pasado mala noche pensando en cosas pendientes, cosas postergadas, que sin acusar recibo se amontonan y pesan. Y este peso que no logra exonerarse del sentido de culpa es agotador. Estoy incluso empezando a sospechar que cansa más que la acción misma.

En fin. Le ofrecí un café al caracol. Y el caracol, paciente, me invitó a sambullirme en su mirada. Que gestos de calma, que dominio del tiempo, o mejor dicho, del no tiempo. No hubo necesidad de palabras, porque en sus ojos estaban las respuestas a todas las preguntas que uno se atreviera a hacer.

Que bello fue ver reflejada mi propia impotencia ante la inmensidad de la totalidad. Me vi en sus ojos como una pequeña hoja verde y llena de vida meciéndose a merced del viento. Y claro, la hoja fotosintetizaba, y el viento soplaba y ella se aferraba a su arbol, y sin luchar contra el viento, soltaba carcajadas, y esta impotencia la convertía en danza.

Más tarde alguien se alteró con alguna respuesta mía. Yo a esto le contesté lo mismo que me advirtió el caracol antes de recibirme el café: Si no estas preparada para la respuesta; más te vale no hacer la pregunta.