lunes, 9 de noviembre de 2009

Ayer dibujé un espiral en mi pared.

Esta mañana se había convertido en caracol.

Yo había pasado mala noche pensando en cosas pendientes, cosas postergadas, que sin acusar recibo se amontonan y pesan. Y este peso que no logra exonerarse del sentido de culpa es agotador. Estoy incluso empezando a sospechar que cansa más que la acción misma.

En fin. Le ofrecí un café al caracol. Y el caracol, paciente, me invitó a sambullirme en su mirada. Que gestos de calma, que dominio del tiempo, o mejor dicho, del no tiempo. No hubo necesidad de palabras, porque en sus ojos estaban las respuestas a todas las preguntas que uno se atreviera a hacer.

Que bello fue ver reflejada mi propia impotencia ante la inmensidad de la totalidad. Me vi en sus ojos como una pequeña hoja verde y llena de vida meciéndose a merced del viento. Y claro, la hoja fotosintetizaba, y el viento soplaba y ella se aferraba a su arbol, y sin luchar contra el viento, soltaba carcajadas, y esta impotencia la convertía en danza.

Más tarde alguien se alteró con alguna respuesta mía. Yo a esto le contesté lo mismo que me advirtió el caracol antes de recibirme el café: Si no estas preparada para la respuesta; más te vale no hacer la pregunta.

1 comentario:

  1. que zarpado!
    justo hace unos días en una conversación alguien me dijo: si tenés la pregunta tenés la respuesta...epa!
    sincronicidades del alma mi querida!
    un besote y pase a saludar!

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